lunes, 30 de mayo de 2011

Veinte años después

Hace un par de meses entrevisté al Dr. José Luis Molina Quesada, magistrado suplente y experto en materia de derechos humanos, para una nota ampliada sobre la Sala Constitucional en Costa Rica. Entre otras cosas me comentó haber conocido al sacerdote jesuita José María Tojeira y discutimos el caso de las 8 personas inocentes que asesinaron el 14 de noviembre de 1989 en las instalaciones de la UCA en El Salvador.

Ahora, al leer la noticia sobre la orden de arresto que se emitió en contra de 20 militares salvadoreños ( http://www.laprensagrafica.com/el-salvador/judicial/195119-satisfaccion-en-el-salvador-por-ordenes-de-arresto-en-caso-jesuitas.html ) no puedo evitar experimentar una sensación entre alegría, ansiedad y sed de justicia.

Veinte años tardó la justicia en decidirse a actuar. Irónicamente, no ha sido la justicia salvadoreña la que emitió dicha orden; sino un Juez español. ¿Qué más podemos esperar? Con un país que se desvive entre discusiones y reclamos sobre quién tiene la culpa que la delincuencia sea incontrolable o que la economía tambalee ante las crisis internacionales; nadie se hace cargo ni tiene el valor de proponer iniciativas realistas y proactivas.

La izquierda culpa a la derecha por los últimos veinte años de gobierno que han dejado al país estancado entre corrupción, inestabilidad social y delincuentes de cuello blanco; la derecha acusa a los de la izquierda de ser "incapaces" para gobernar. En un país en donde rige el orden del caos, y algunos medios de comunicación definen su agenda según intereses políticos; es imposible lograr un cambio milagroso en 60 meses.

Esta orden de arresto emitida en España, debería de abofetear a la realidad salvadoreña. Con un sistema judicial violentado por quién tenga el dinero y el poder político para lograrlo; un ejército sin propósito ni horizonte, y un sistema político en el que uno propone y el otro descompone; es tiempo de nuevas iniciativas que dejen a un lado las prácticas ortodoxas del odio y el extremismo y se orienten hacia la creación de estrategias efectivas para rescatar a un país sumido en la pobreza, delincuencia y desigualdad económica, política y social.


Necesitamos ideas nuevas; políticos que no tengan miedo de decir NO a un soborno disfrazado de lobbying, jóvenes que fomenten el trabajo honesto, periodistas que amen su profesión y padres responsables que enseñen a las nuevas generaciones sobre el valor de la familia.

El Salvador es un pueblo que ha sufrido pero nunca ha perdido la fé. Caer está permitido, pero es inadmisible esperar otros veinte años para volverse a levantar.